Copi, de Raúl Damonte Copi (Anagrama) Traducción de Enrique Vila-Matas, Alberto Cardín, Edgardo Dobry, Biel Mesquida | por Juan Jiménez García

Raúl Damonte Copi | Copi

La edición (reedición) de parte de la obra de Copi en la colección Compendium de Anagrama, es una buena oportunidad para descubrir (en mí caso; redescubrir en otros) a un autor singular y, del mismo modo, singularmente dejado en los márgenes del devenir literario (otro más… dónde quedaron tantos autores de los años ochenta y noventa, dónde quedó nuestra juventud de lectores…). Esos márgenes de los que te saca, momentáneamente, la muerte o algún ridículo escándalo (aún más momentáneo) y luego olvido, tanto olvido. Copi no podía volver a morirse, de modo que, educadamente, se murió Jorge Lavelli, que dirigió sus obras de teatro, que son muchas, tantas como cuatro libros (publicados por El cuenco de plata). Lo digo irónicamente, dado que la grandeza de Lavelli, solo provocó algunas notas y dudo que en ninguna se deslizase el escritor francés de origen argentino (¿se dirá así?). Pero no nos pongamos melindrosos. Como decía, lo mío fue descubrimiento, tras muchos años cruzándome con su nombre. Y ya tiene mérito, para un seguidor devoto de Roland Topor, con el que comparte tantas cosas. Ay, la coherencia, quién la quiere… Nota del escritor de estas notas: Suelo evitar cualquier aproximación que vaya más allá de la ligereza antes de escribir sobre un autor al que leo por primera vez. Corro el evidente riesgo de decir tonterías desinformadas, pero al menos pretendo que sean mis tonterías. ¿Qué quiero decir con eso? Que no leí el libro que recogía las conferencias de César Aira sobre él (decididamente) y que no seguí los caminos a los que me conducían los textos preliminares que abren este volumen (que me podrían haber llevado, sin dilación, hasta Daniel Link, al que se le atribuyen las mejores intenciones). De modo que lo que escribiré, para bien y también para mal, serán dos o tres cosas que creí saber al hilo de mi lectura. 

Copi se movió alrededor del grupo Pánico, ese grupo que no quería ser un grupo literario, sino la parodia de un grupo literario, y que por eso acabó siendo más auténtico que los originales, que sí que pretendían ser algo. Allí se movían Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowski o Roland Topor, y, cómo mínimo, con ellos compartió ese gusto por prodigarse en varios frentes, siempre como combatiente, siempre en la vanguardia. En su caso, tenemos el dibujo (colaborando en diferentes publicaciones y, cómo no, Hara-Kiri), el teatro y la literatura (tanto en la narrativa, que aspiraba a la brevedad, y la propia brevedad del relato). Eso le acerca, de algún modo, a Roland Topor más que a ningún otro, y a mí ya me vienen bien esas vidas paralelas para no andar solo por estos caminos. Hay que decir que, en esta recopilación, el orden seguido no es el cronológico. Antes que nada, vino el teatro y, una década después nos encontramos con esa verdadera obra fundacional que es El uruguayo, pero a continuación tendríamos El baile de las locas, que según César Aira es su mejor obra y, según yo, no. Es más, me viene bien el orden en el que está en este compendio, porque evita condicionamientos. ¿Por qué? Cuando pensamos en la obra de Copi, así, como conjunto, pensamos en una especie de jaula de las locas. Sus personajes son loquísimos, sus historias son loquísimas, pero es que su misma forma de escribir es loquísima. Todo ello da un conjunto trepidante, que no se viene abajo en ningún instante, sostenido por el talento del escritor. Cuando pienso en Topor pienso en ligeros desplazamientos de la realidad. Todo es posible hasta que algo desplaza, mueve, el eje sobre el que gira el mundo y este acaba por los suelos, a menudo de una manera cruel. Pienso, ya que estamos en estas fechas, en su relato sobre ese Papá Noel que baja por una chimenea y sodomiza al padre. Es tan Copi… Pero, en su colega, ocurre a la inversa. La realidad ocurre en un mundo alterado, alternativo, pero perfectamente real, aunque esta posibilidad de lo real sea difícil, muy difícil de alcanzar. Pensemos precisamente El baile de las locas. Un escritor es presionado por su editor para que le entregue un libro. El escritor rememora su relación con Pierre, un apuesto italiano al que ha conocido en Roma, y estos recuerdos se insertan en su realidad presente, hasta ir más allá, llegando a un estado próximo al sueño en el que proyecta sus fantasías más delirantes, en forma de asesinatos y barbarie. Pero esas fantasías más delirantes no son más delirantes que sus propios recuerdos, y no más raros que su presente. Y entonces nos encontramos con un mundo de travestidos, lleno de sexo y derrotas, con personajes que conforman un retrato disparatado de los años setenta a la sombra del sesenta y ocho, hippies incluidos, Ibiza incluida. Parafraseando a María Casares, un escritor pensando escribir, escribe, pensando vivir, vive. Una historia de amor a través de los años, de desapego, de confusión sentimental e ironía editorial. Pero es tan absolutamente desmadrada, tan increíblemente desvergonzada, que podría contaminar toda nuestra lectura posterior de Copi. Y es que el peligro mayor al que se enfrenta el escritor es su sobre interpretación. Es decir, tomar la parte por el todo, y que esta parte lo fagocite.  

No he tenido la fortuna de ver las adaptaciones teatrales de Jorge Lavelli. Solo un pequeño fragmento de La Nuit de Madame Lucienne, con María Casares de protagonista. No sé su tono. He podido ver la adaptación de Evita Perón que hizo Jordi Prat i Coll en el Teatre Lliure. Eso me permite entender (sin haber leído tampoco su obra dramatúrgica), que su teatro no debía estar muy alejado de su narrativa (por mucho que sea imposible trasladar ésta a aquel, mera cuestión logística). Alejado en temas e incluso en escenas (repito: sin poder llegar a donde llega narrativamente). La adaptación, navega en las aguas del absurdo, de la sobreactuación y la desnaturalización. Nada nos permite situarnos en esa realidad posible, de la que hablaba, aun cuando Evita Perón fue real y la obra, un asesinato premeditado de Copi del mito y del peronismo. Es decir: hay un charco que es fácil pisar al leerlo, y ahí nos revolcamos. ¿Es correcto? Pienso que no. Abandonemos los excesos de El baile de las locas y de esa adaptación teatral. Empecemos, como empecé, leyendo El uruguayo. Cierto que la historia de un escritor al que parece alcanzarle el apocalipsis, y ese papa argentino (premonición) entregado a todos los excesos sexuales (como un Borgia más) no invitan a pensarlo diferente, pero en este relato encontramos precisamente aquello por lo que me gusta Copi: todo es real por muy irreal que parezca, todo es posible porque es imposible, todo es cierto porque es incierto. Sin histerias. Vivir es histérico. Dicen: surrealista. Pero surrealista es como kafkiano. Palabras tan usadas que ya no sabemos muy bien qué refieren. Asentimos, pero no pensamos en su significado y, mucho menos, su aplicación a aquello que estamos manipulando. Absurdo, todo es absurdo. Son como palabras para clasificar distintos grados de disparate. No me vale, por fácil, por vago. 

En todo caso, en El uruguayo, Copi encuentra un tono, que podría estar ya en su teatro, pero que aquí se organiza en cosmogonía. En El baile de las locas lanza por los aires todo lo que podía ser lanzado (y hasta lo que no podía). Y, a continuación, en los relatos de Las viejas travestís, nos encontramos a alguien que podría ser Roland Topor, ahora sí, pero que es un escritor argentino francés, homosexual y deslenguado, cruzando mundos. Una vieja que va a comprar un huevo de Pascua se ve atrapada por una batalla campal entre una prostituta y su madre confitera. Unas viejas travestís acaban casadas con un príncipe africano. Una joven que aspira a instalarse en la capital francesa, recién llegada, se ve atrapada en una sucesión de malentendidos bien construidos, con resultado revolucionario. Destrucción: literal y del orden de las cosas. Aberraciones en su discurrir, sexo disparatado, vidas llevadas al límite, Alicias cruzando el espejo con atrevidos saltos y piruetas. Reinas histéricas. Mundo inmundo, que decía Topor. O como se calificaba Hara-Kiri: estúpido y malvado. Así es la vida. El escritor ya tiene todas las herramientas para enfrentarse a una novelita (por extensión) como La vida es un tango, en la que remite a las aventuras editoriales de su abuelo. La vida de un joven poeta de provincias que gana un premio para escribir en un periódico de gran tirada, y que acaba metido en un lío morrocotudo (es decir, muy grande, extraordinario), en el que hay de todo. Se considera que sin Copi no podrían haber existido otros escritores, y uno de ellos es Mario Levrero (aunque Levrero tenía sus propias variaciones, sus propias desviaciones). Cómo no pensar aquí en Nick Carter (se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo). Asistimos perplejos, rientes, acalorados, escandalizados, al día de Silvano Urrutia, ese día en que la inocencia pueblerina se le fue a freír monas en ese antro de perversión bonaerense. Ese día en que su realidad se hizo dudosa y todos follaban aquí y allá, también él, y llevar un periódico era algo parecido a esos cuartos oscuros de los que hablará en otro lado, en el que todo está a oscuras y todos acaban liados con todos sin saber muy bien con quién. Un mundo en el que las luces se han apagado. Y aparece el nazismo y luego pasan los años, pero no encaja nada, ni el tiempo, ni el espacio. Acaban en París, viviendo el mayo del sesenta y ocho, del que Copi hace un retrato por minutos, la del paseante desesperado y perplejo, que asiste a una sucesión de gentes en caída e Historia abismándose (en uno de esos momentos altísimos de su escritura y fantasía). Luego se vuelve al pueblito argentino y es que en Copi, el tiempo no es tiempo ni discurre siguiendo ningún orden lógico de reloj o calendario, y el espacio es dúctil, como un montón de plastilina o de arcilla, que formamos y deformamos a nuestro antojo, porque ni uno ni otro son importantes. La jaula de las locas se balancea frenéticamente, la escritura se agita, pero nunca se pierde su horizontalidad. Porque en el escritor, no es una cuestión de subidas y bajadas. Desde la primera página se sitúa en lo alto, sin caerse jamás. Suceden los personajes, suceden los hechos, sucede la vida, una delirante continuidad de cosas que se deslizan o saltan sobre el hielo, sin que este llegue a quebrarse. 

Si teníamos alguna duda sobre sus habilidades, los relatos de Virginia Woolf ataca de nuevo, confirman, y La internacional Argentina (obra, novelita final), remata. Volvemos, en ambas, a ese escritor que se escribe y ese vividor que se vive. En la novela, un fracasado poeta que ya no logra escribir nada (tema recurrente), pero al que un tipo curioso, Nicanor Sigampa, podrido de millones, ofrece hacer presidente, porque le gustó el tono de esos poemas y lo que estos prometían. Y eso es lo menos loco de esta locura, en la que de nuevo desfilan animales y hombres, sexo y dinero, un mundo dislocado, lleno de personajes singulares (que, a fuerza de ser singulares, acaban representando algo colectivo, un temor, una idea, una nación). Hay que decir que Copi se traslada a París en 1962, en su juventud, y ya no volverá a la Argentina. Su obra la escribió en francés (el mismo tradujo La vida es un tango y, como curiosidad, El uruguayo está traducida por Enrique Vila-Matas). La sonoridad de su traducción con las otras traducciones es otra y esa Argentina, cerca lejos, se traduce en otro tinte, en otro color. Copi está ahí, está en todos lados, incluso como protagonista de sus propias obras, deformado excepto en ese fragmento autobiográfico que es Río de la Plata, aquí incluido. Tal vez todo esté lleno de referencias, pero, primer lector, las referencias se escapan y nace a un tiempo, ficción y realidad, reflejo y espejo. Ahora es cuando nos ponemos en plan abuelito indignado y decimos que esta narrativa ahora ya no es posible, que estas historias no pueden ser así contadas, qué escándalo, que la libertad ya no es libertad, que la libertad es tomar cervezas, pero no escribir como nos surja. Que vemos a un Copi sin límites, pero también, en este tiempo, límites por todos lados. No sé. No sé si importa que no sepa lo que no sé. Siempre algo más allá de esos borrosos límites, incluso muy allá, puede que fuera un escritor de su tiempo, un tiempo acostumbrado a agitar el árbol del pensamiento aceptado, usando como arma la escritura, una escritura potente, entrelazada a un humor destructivo. Risas y destrucción.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.